Sobre la soja existe una enorme desinformación, tanto en la población general como entre los profesionales sanitarios. Es frecuente escuchar que los fitoestrógenos de la soja pueden elevar el riesgo de cáncer y que son en general “disruptores hormonales”. Esta idea traduce un desconocimiento de qué son exactamente los fitoestrógenos y cómo actúan sobre los receptores estrogénicos alfa y beta.
Hasta mediados de los años 90 no se conocía más que un receptor estrogénico en los tejidos animales. Sin embargo en esos años se identificó otro y desde entonces se sabe que en los tejidos animales, incluyendo los humanos, hay dos receptores para estrógenos: alfa (el clásico) y beta (el “nuevo”). Estos dos tipos de receptores no se expresan igual en todos los tejidos y sus efectos al activarse no son los mismos, de hecho tienden a ser opuestos. El receptor alfa tiene en general efectos proliferativos mientras que el receptor beta tiene efectos antiproliferativos.
La diferencia principal entre el estrógeno animal, estradiol, y los fitoestrógenos, es que los fitoestrógenos tienen mucha mayor afinidad por el receptor beta que el estradiol y en condiciones normales se unen a este receptor y no al alfa. Los fitoestrógenos se consideran agonistas beta potentes y agonistas alfa débiles.
..
Parece que los fitoestrógenos tienen propiedades estrogénicas débiles en tejidos como los huesos y los vasos sanguíneos y antiestrogénicas en mama, útero y próstata, lo que conduciría a un potencial efecto protector sobre el cáncer en estos tejidos por su efecto antiproliferativo. En este sentido los fitoestrógenos se han comparado con el tamoxifeno, un modulador selectivo del receptor estrogénico con el que comparte algunas propiedades y mecanismos de acción; o con el raloxifeno, otro modulador selectivo que se usa en la protección frente a la pérdida de masa ósea.
En las últimas tres décadas decenas de estudios poblaciones han mostrado que el consumo de soja tiene un efecto neutro o protector sobre diferentes tipos de cáncer en hombres (próstata) y en mujeres (mama, endometrio, ovario).
Específicamente sobre el cáncer de mama, los datos sugieren que un mayor consumo de soja, especialmente cuando tiene lugar en la infancia y la adolescencia, reduce la incidencia de este cáncer. Entre las supervivientes de cáncer de mama, un mayor consumo de isoflavonas se ha asociado con menor riesgo de recurrencias y mayor tiempo de supervivencia. Este efecto se ha visto incluso más marcado en las mujeres con mutaciones de los genes BRCA1 y BRCA2.
La Sociedad Americana de Oncología dice literalmente que “actualmente, las evidencias no indican que exista algún peligro para las personas resultante de comer soya, y los beneficios para la salud parecen superar cualquier riesgo potencial. De hecho, existe cada vez más evidencia de que comer alimentos tradicionales a base de soya como tofu, tempeh, edamame, miso y leche de soya puede reducir el riesgo de cáncer de seno, especialmente en las mujeres asiáticas.”
Con los datos actuales, decir a una paciente con cáncer de mama que elimine la soja de su dieta es contrario a la evidencia científica y puede suponer un perjuicio para su salud y su supervivencia.
En cuanto a la alimentación de los lactantes con fórmulas de soja, una revisión sistemática del año 2014 mostró que los patrones de crecimiento, salud ósea y funciones metabólicas, reproductivas, endocrinas, inmunológicas y neurológicas eran similares en lactantes alimentados con fórmulas de soja comparados con lactantes alimentados con fórmulas de leche de vaca o en los niños alimentados con leche humana. Esta revisión no encontró efectos adversos del consumo de fórmulas de soja ni a corto ni a medio ni a largo plazo. El único problema podrían presentarlo los lactantes con hipotiroidismo congénito, por los efectos de la soja sobre la absorción de la hormona tiroidea. En estos niños puede ser mejor idea usar una fórmula de arroz hidrolizado.
A continuación puedes encontrar otros artículos recientes que analizan el efecto de la soja en la salud humana: